No persigas mi sombra a orillas del abismo.
Vendré cuando no sepas, cuando estés bien dormido para que mi pollera perfumada de lino
pueda abrir su paraguas y creyéndose sabia del volar de las aves,
se hundirá en remolinos entre copas de pinos.
Yo supe aquella noche que tú no me querías y aún así yo te quise y quiero todavía.
No quieras ver que caigo y desangran mis manos, quédate en el recuerdo de las noches de frío
que abrigabas mi cuerpo como un mago gitano.
No preguntes, no es preciso saber cuál impulso divino se anida en este salto,
que tristeza tan honda endurece mi pecho transformado en cobalto.
No le digas a nadie, no muestres tu tormento, yo solo necesito respirar de este aire
aunque quite mi aliento, sentirme a la deriva pero a salvo en el viento.
Acaso no plantabas cada noche una duda, acaso tu no viste que mi pie vacilaba,
acaso no escuchaste mi pedido de ayuda y que en cada desprecio una daga clavabas?
Yo no te pido nada ni te culpo tampoco, ya bastante tendrás que rendirle a tu alma
sabiendo que estás loco, que nunca tendrás calma y por si fuera poco,
hundirte en el abismo de alimentar palomas a través de la reja donde tu mano asoma.
Yo supe aquella noche que tú no me querías y la tierra se abrió como se abren las rosas
que tienen poca vida y deshojé mis noches encandilando estrellas que nunca fueron mías.
Fue triste si, lo admito, pero pude evadir esa zanja grotesca que recorrí en silencio,
un barranco de miedo e insondable apariencia, tan inmenso, infinito,
hasta que de repente de mi espalda brotaron las alas redentoras…inocente gaviota!
Burlé al acantilado y a tus propios designios en espirales áureos que no tenían fin.
Y de allí y para siempre, puse mis pies en tierra y lenta, lentamente comencé a subir.