Aquí en este lugar donde casi nadie viene,
donde el frío cala hasta las hogueras del alma,
aquí donde los vientos te alzan como cometas
para luego soltarte en lodosas cunetas;
aquí es donde yo vivo.
Aquí es donde yo busco mis piñas y hojarascas,
compro mi vino y traigo mis naranjas,
leo mis libros, escribo mis poesías,
le hablo a las plantas y me vuelvo egoísta.
En noches de verano yo cuento las estrellas
y pienso que la luna es solamente mía,
entonces me acurruco, me hundo en la reposera
y espero que en silencio llegue alguna luciérnaga.
Y llegan en bandadas a iluminarlo todo
y me ofrecen un baile cadencioso, soberbio,
algunas han quedado en mi pelo atrapadas
para grabar su imagen por siempre en mis recuerdos.
Este lugar tan mío se parece a mí misma
siempre mirando al cielo buscando el horizonte,
yo camino en las noches por las dunas heladas,
descubriendo los duendes entre helechos y montes.
En cada lugar dejo una señal muy mía:
una cinta del pelo, algún ramo de lilas,
una argolla de plata, un resto de poesía.
Es tan mío este espacio diminuto de mundo
que si muero mañana seguro entenderían
que aquí viví rodeada de todos mis amores,
lo contarán mis cuadros, lo gritarán mis flores.
Se sentirá en el viento el perfume tan denso,
de este veneno dulce que llevaré conmigo,
mi lugar es mi sueño, mi cripta inexpugnable,
mi remanso piadoso con Cristo de testigo.