Desde la vieja tapia de madera,
por entre algún nudo hueco o podrido,
fluía un chorro de luz iluminando todo.
Las partículas de polvo que volaban invisibles,
se volvían tornasoles en ese haz robusto y cálido...
Todo huele a heno, a sorgo, a feterita,
a tarde de domingo y a ganas de jugar.
Las bolsas de arpillera eran como montañas
y allí en la cumbre misma, una herradura vieja
coronaba el lugar.
Era mío el verano, los relojes sin tiempo,
las tinajas heladas, el quejido del viento,
las siestas sin dormir.
El horizonte entero cabía en el establo,
las moscas de febrero, la guitarra, el sombrero
y un lejano mugir.
Oculto entre los fardos, el baúl del abuelo
con herrajes de bronce que nunca pude abrir
guardaba los recuerdos de las vidas perdidas,
Saravia se moría, fin de guerra incivil.
Todo quedaba allí, en mi oculta guarida,
mis rodillas heridas y mi orgullo infantil
esperando por mí.
A veces regresaba con mil flores robadas
de jazmín o alhelí,
pero siempre volví
y miraba en la tapia algún hueco podrido
buscando una moneda del cielo más añil.
Datos personales
- Alicia
- Escribo desde siempre. Sin pretensiones intelectuales, ni locas vanidades de reconocimiento. Alentada por la persona que más amé en el mundo, a quien agradezco y humildemente dedico este blog... a mi madre.-
Bienvenidos
Aquéllos que me conocen me reconocen en lo que escribo, los que no, pueden empezar a hacerlo desde aquí; de cualquier manera ten la gentileza de dejar tu sincera opinión.
Ojalá lo disfruten.-
Ojalá lo disfruten.-
Un canto a la niñez y al verano... Muy apropiado para el comienzo de febrero.
ResponderEliminarQué sería de uno sin los recuerdos de la infancia! Son nuestra identidad, nuestra esencia misma que, a veces, se guardan en secreto hasta olvidarlos y sería una pena.
ResponderEliminarGracias Selva una vez más.