Era un ángel.
Tuve alas que nacían en mi espalda.
Mi piel casi dorada, reflejaba crepúsculos y auroras boreales.
Encendí las estrellas, bañé campos y flores con rocío.
Vagué por el aire protegiendo mendigos, el sueño de los niños y ancianos afligidos.
Era amor y pureza, era calma y alivio.
Yo repartí la gloria del amor infinito.
Anuncié con trompetas la llegada de Cristo y fui guardián celoso haciendo compañía.
Una noche de luna volé hacia el horizonte y llegué a los confines que tiene el universo y aunque era un inexperto creí hallar la manera de pasar la barrera.
Ya nada era imposible para un ser como yo.
Y me quedé dormido en celestial quimera hasta que las estrellas dejaron de brillar.
De pronto un torbellino me revolcó en el aire. Un viento pavoroso formó mil remolinos y un vórtice divino me rodeó sin parar. Sentí que mi energía pronto se disipaba, la fuerza me flaqueaba y deje de flotar.
CaÍ sobre la tierra.
Mis alas ya no estaban y en su lugar dos huecos sangrientos, dolorosos.
Mis ojos lacrimosos, la penumbra, el silencio, la tristeza profunda, mi rostro ceniciento y el saber que ya nunca al cielo iba a subir.
Yo fui un ángel hermoso, un bello querubín.
Monumento al Ángel Caído de Ricardo Bellver
Doloroso...
ResponderEliminarHola Selva, doloroso si, pero fue el castigo divino, no? En definitiva es la leyenda del origen del mal.
EliminarUn beso grande y gracias por estar.
Triste...pero siempre lindo leerte
ResponderEliminarHola Ana! Gracias por tu comentario. No te pongas triste, es el castigo recibido por la soberbia de un ángel bueno que un día creyó poder llegar más lejos que los demás.
EliminarUn beso.
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