Dios bendiga a esa señora que se persigna mil veces
que va vestida de negro rezando bajo, entre dientes.
Unos piensan que está loca, los niños hasta le temen
pero va en su propio mundo y sin nadie que la quiere.
Dios proteja a esa señora que lleva dos cascabeles
prendidos a su cintura para que nadie se acerque
que pasa toda la noche hablando sola en la plaza
y amanece hecha un ovillo como si fuera torcaza.
Dios bendiga la locura de sus ojitos celestes
que de tanto mirar cielos se le volvieron agrestes,
tan faltos de urbanidad, de caricias, de consuelos.
Dios bendiga su regazo donde acomoda a su perro
y le canta unas canciones después de unos panes viejos.
Unos quieren su destierro, que se la lleven bien lejos,
otros compran su bondad haciendo sonar su precio.
Dios bendiga a esa señora que en murmullos solitarios
carga en hombros su humildad con dignidad infinita
y acaricia su rosario para que la humanidad
tenga lo que necesita.
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