Un pájaro negro llegó de repente,
se clavó en mi pecho muy fuerte, muy fuerte,
dijo que la culpa era toda mía
y yo le creía.
Vino de otro mundo, de tierras lejanas
donde las envidias forman telarañas,
bebió de una fuente tan contaminada
de agua envenenada.
Me caí al piso, rodé en la ladera
como si la hierba curarme pudiera,
un rastro de sangre bordó la colina
con mi vida entera.
Al pasar los días blanquearon mis pieles
y un par de palomas vinieron a verme,
hurgaron mi pecho y sólo llevaron
la paz que me duerme.
Ilustraciones Benjamín Lacombe
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